En mi reciente visita a Tenerife, preguntaban algunos amigos mi opinión sobre los cambios en la isla. En 1964 había llegado a ella como catedrático en la Universidad de La Laguna. Por supuesto, Tenerife ha cambiado. Naturalmente el cambio, el “progreso”, como suele decirse, debería ir a mejor. Pero si ese cambio está condicionado a la voracidad, a la usurpación del espacio público para hacer negocios privados, a hinchar su maravilloso paisaje de urbanizaciones monstruosas, a congestionar sus carreteras de tráfico innecesario, el progreso se convierte en un regreso a la caverna.

   Muchas veces he pensado cuánto tienen que odiar a sus ciudades, a sus pueblos, muchas de esas autoridades municipales que convierten esas ciudades y esos pueblos en lugares invivibles. No sólo Tenerife, otros muchos espacios de la península han sufrido –buena parte de la costa mediterránea, por ejemplo- la patología de la avaricia de políticos y empresarios bajo el lema sofístico de que el turismo es la verdadera industria nacional. ¡Pobre país el que piense que su industria es algo que les ha sido regalado: el mar, el sol, el aire! ¡Pobre país el que aniquila y abotarga estos generosos elementos de la naturaleza por el dinero fácil de muchos de sus mandamases enfermos! Esperemos que Granadilla se salve de esa disparatada y engañosa patología del puerto que le quieren colocar encima, para su desgracia.

Emilio Lledó

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